Somos salvos por
gracia, no por méritos o ritos sinceros. El único mérito es la sangre derramada
en la cruz. Lo primero es el arrepentimiento total de todos los pecados, de
nuestro estado calamitoso, y después viene la voluntaria y profunda conversión
a Cristo, aceptando al Nazareno como único y suficiente Señor y Salvador,
mediante la fe. La salvación es por la fe. Ahora somos regenerados y justos
delante del Padre Dios porque fuimos justificados por la sangre preciosa
derramada, y esto implica que en el Tribunal final seremos declarados
absueltos, bienaventurados. Desde la conversión al Cristo de la gloria y hasta
la muerte, el divino Espíritu Santo nos purifica, nos guía por las sendas de la
justicia conduciéndonos a la vida eterna, a través de pruebas y victorias
definitivas. Sólo en Cristo hay salvación plena, una vida nueva, paz y
seguridad. La cruz nos desvincula de las miserias y del infierno. El
arrepentimiento es un dolor profundo y genuino por el pecado, acompañado por el
máximo esfuerzo personal de abandonarlo. Jesús golpea amorosamente la puerta de
nuestro corazón y nos invita a compartir la eterna gloria de Dios. El aspecto
humano de la salvación eterna del alma consiste en abrirle la puerta a Jesús. La
conversión es una media vuelta definitiva en donde el discípulo del Mesías
camina ahora en dirección contraria, hacia la casa del Padre. Pasas de una
naturaleza indefectiblemente corrupta a una naturaleza humana redimida. Con mi
libre albedrío acepto a Cristo, siento a Cristo, pienso y vivo para Cristo. Los
que fallecen sin Cristo eternamente se perderán, residiendo en el infierno sin
posibilidades de salir de allí.
Efesios 2:8-9; Hechos
3:19; 2 Corintios 5:17; Apocalipsis 3:20; Ezequiel 33:11
EVANGÉLICO SOY
twitter.com/evangelico_soy
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