La soberanía
de Dios y la libertad del hombre, la predestinación y el libre albedrío,
conviven pacíficamente en la Sagrada Escritura: ambas existen, ninguna se
desestima. La contradicción entre ambas es aparente. Sin convertirse en un
titiritero, Dios ha decretado un propósito sempiterno, por el cual predestinó
todos los acontecimientos de una determinada manera, desde la creación hasta el
juicio final, para dar cabal cumplimiento a su plan de redención. Este decreto
le permite optar al hombre entre el pecado o la salvación de su alma. Un Dios
santo demanda santidad, devoción. La santidad del Espíritu Santo es
incuestionable.
“A los que
antes conoció, también los predestinó para que fueran hechos conformes a la
imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos.” Romanos 8: 29
El
Todopoderoso ha prefijado el orden de los tiempos, el número de células en cada
hombre, el tamaño de cada planeta y la ubicación geográfica de cada ser al
nacer y de cada átomo, mas no tiene participación en las transgresiones y
blasfemias de los hombres. Un Dios santo y soberano creó a un ser humano santo
y libre. Independiente de lo obrado por el tentador es el hombre el autor y
responsable de su pecado, del cual responderá personalmente en el último día.
Conjeturar un contexto en el cual el Padre sería el autor o coautor de la
maldad es una infamia. La gracia divina está abierta a toda la humanidad,
gratis y las veinticuatro horas del día, y no es una alegoría. Todo lo que el
hombre sembrare eso segará. Dios previó tu destino mas no lo determinó. Es el
hombre quien siembra, es el hombre quien cosecha. Es el pecador quien acepta
libremente a Cristo previa invitación del Espíritu Santo.
Es
el redimido quien persevera.
Deuteronomio 30:15;
Hechos 7:51; Mateo 10:22; Juan 5:40
EVANGÉLICO SOY
twitter.com/evangelico_soy
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