Lo primero es el reconocimiento expreso de que he
ofendido a Dios y que estoy en una condición de pecado, totalmente desvinculado
de la gloria y de la luz del Redentor. Si bien el Dios santo creó al hombre
santo Adán fue expulsado del edén por desobedecer una orden directa y clara del
Creador. Esa naturaleza caída nos arrastra hasta hoy a todos, a la condenación
eterna del alma, a la ira venidera. Y entonces con un corazón dolido y totalmente
abatido me arrepiento de mis pecados y acepto libremente a Jesucristo como mi Señor y
Salvador. El arrepentimiento y la conversión van engomados, son inseparables. El
arrepentimiento no es remordimiento ni sentimentalismo. El arrepentimiento es
la súplica por el perdón de Dios y un cambio interior profundo. Dios ordena arrepentirse,
no es una opción, con consecuencias eternas. Es el Espíritu Santo quien nos
invita con divino amor a postrarnos a los pies de Cristo.
Hechos 3:19; Mateo 4:17
EVANGÉLICO SOY
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