Al final todos seremos
juzgados. Los que se postraron ante Cristo ese día serán declarados inocentes. La
sangre preciosa los limpia y los libra de todo fallo adverso. Desde antes de la
creación del universo Satanás y sus ángeles ya estaban condenados al lago de
fuego eterno. En el juicio del gran trono blanco todos los impíos son
condenados eternamente y también son lanzados al lago de fuego, por no
encontrarse inscritos en el Libro de la Vida. Después desciende del cielo la gloriosa
Nueva Jerusalén, previa destrucción de la tierra y lo existente, y los
redimidos servirán allí al Señor y le podrán ver. Unos resucitarán para vida eterna y otros para una condenación irreversible y para siempre.
Apocalipsis 20:10;
20:11-15; 21:1